A las mujeres de las generaciones precedentes se nos han vetado ciertos aspectos para desarrollarnos plenamente: a saber, la independencia económica o la participación en la esfera pública. Actualmente, gracias a los movimientos feministas, hemos podido acceder a estos lugares que tradicionalmente han pertenecido al hombre. Sin embargo, el hombre todavía no ha evolucionado como lo ha hecho la mujer y no ha tomado parte en el ámbito privado. Esto ha creado un desequilibrio social que se manifiesta en las dificultad para criar a los hijos, en que las mujeres trabajan el doble (en casa y fuera de casa), y en un sistema de valores frágil e incierto. El gran reto es que los hombres evolucionen y compartan con las mujeres las labores del hogar, la crianza de los hijos y el cuidado de los mayores. Solo así podremos reestablecer el equilibrio perdido. La coeducación es la clave para el cambio.
Tradicionalmente, al hombre se le ha negado la capacidad de expresar sus emociones, especialmente sus emociones positivas como la ternura, el cariño o la vulnerabilidad. Así como la posibilidad de demostrar afecto a otros hombres, de tocarse, de besarse. Por el contrario, se le exige ser fuerte, socialmente competente y poderoso. Las nuevas masculinidades abogan por un hombre capaz de expresar sus emociones y de gestionar adecuadamente la violencia y la ira. Para este propósito la educación emocional juega un papel fundamental.
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