Mientras memorizaba unos datos para el exámen de mañana, me ha venido a la cabeza un pensamiento. Me he acordado, de repente, de lo alegremente que copiábamos en el colegio. Recuerdo principalmente cómo lo hacíamos en los exámenes de música. Teníamos un profesor medio loco a punto de jubilarse, al que una promoción bautizó con el apodo "El Coyote". Yo que era una adolescente bastante curiosa, siempre me interesaba por la razón de los motes y me imagino que fue Imanol, mi amiguísimo Imanol, el que me contó –o se inventó- que le llamaban así, porque, un día, un viejo alumno le puso una chincheta en el asiento y cuando se sentó, se pinchó el culo y auyó como un coyote. Yo no se cómo aúllan los coyotes, pero en ese momento la explicación sació mi curiosidad. Bueno, total que Don Coyote, cansado de nosotros, de las clases y de la vida, nos hacía aprendernos de memoria la biografía de cinco músicos por trimestre. Así, tal cual, nos daba las fotocopias y a estudiar. Luego, el día del exámen, metía en un saquito cinco papeles con los nombres de los cinco músicos y una mano inocente –el pelota de turno– sacaba uno al azar y todos a vomitar, como locos, datos: fechas, ciudades de Europa, épocas, títulos de canciones... A mi nunca me convenció su "método pedagógico" y, además, en aquella epoca tampoco me interesaba demasiado la vida de esos artistas, ni siquiera sabía apreciar la música que hacían –clásica, por supuesto–. Asi que no tenía ningún reparo en ir a la fotocopistería, y reducir al máximo, –hasta donde la vista permitía, a duras penas, distinguir las letras del texto,– todas esas fotocopias desfasadas. Diez minutos y venticinco pesetas me costaba preparar aquellos exámenes, y su contenido me cabía en la palma de la mano. Llegaba la hora del exámen, no había miedo, nos avalaban años de experiencia en los menesteres del copiar. De hecho, era como si con ese acto desafiáramos al profe, al sistema educativo o a la sociedad, en general. Total, que llegaba el sorteo ¡qué emoción! y tocaba… ¡Chopin! Qué divertido era ver cómo, al igual que yo, la mitad de la clase, iba descartando disimuladamente a Guridi, Beethoven, Bach… hasta llegar a Chopin. El pobre Coyote, cansado de nosotros, de las clases y de la vida, se ponía una venda en los ojos y luego nos regalaba un 10 a todos.
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