"En cierta ocasión fui a contar cuentos a un colegio. La sesión era para un “público” de ocho y nueve años. Apenas había comenzado el relato cuando vi que una niña levantaba la mano y me preguntaba cuál era el título de la historia. Se lo dije y observé con pasmo que todo mi auditorio se ponía a tomar apuntes. Les pregunté qué era lo que estaban haciendo y me explicaron que la maestra les había puesto una tarea. Tenían que responder a un cuestionario sobre las historias que yo les iba a contar: título, nombre del protagonista o de la protagonista, personajes principales, resumen del argumento y localización, al menos, de media docena de sustantivos, determinando de qué especie eran. La maestra lo había hecho para que escucharan mejor y me prestaran atención, y también, es sólo una hipótesis, movida por el deseo de rentabilizar al máximo, pedagógicamente hablando, aquella actividad sospechosamente informal en horario escolar. Acabé negociando con las criaturas que me escucharan tranquilamente y que luego yo les dictaría todas las respuestas. Vengo de la docencia. Sé que este trabajo está lleno de exigencias y de desafíos, por lo que no es mi costumbre desautorizar al profesorado cuando entro en el aula. Intento trabajar siempre desde la complicidad y sin juzgar, ya que los maestros y las maestras hemos estado y seguimos estando demasiado a menudo en la picota y somos negligentes en tanto no se demuestre lo contrario. Pero aquella vez me costó. ¿Cuándo decidimos que la escuela tenía que ser un lugar de trabajos forzados? ¡Ah, claro…! Es que divertirse lleva tiempo y para poder cumplir el programa se sacrifica lo que haga falta: la propia paz de espíritu, la curiosidad de las criaturas, el cuerpo, la risa, el aprendizaje mismo incluso, si es necesario. A este precio, a mí me gustaría “desescolarizar” la escuela. Y eso que todavía no me ha pasado nunca, como a una colega, que le enviaron a un grupo de escolares en estos términos: ¡Sin recreo…! ¡Os habéis portado tan mal que ahora vais a ir a escuchar cuentos! Yo no me quejo: a veces, incluso, el profesorado se queda a la contada y, a veces, incluso, le gusta tanto que se olvida de preguntar por las coordinadas yuxtapuestas o por los adverbios de lugar. A veces, incluso, se divierte con los cuentos y… ¡no se da cuenta!"
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